‘Los fariseos se pusieron de acuerdo para sorprender a Jesús en alguna palabra y acusarle. Así que enviaron a algunos de los partidarios de ellos, junto con otros del partido de Herodes, a decirle: “Maestro, sabemos que tú siempre dices la verdad, que enseñas de veras a vivir como Dios manda y que no te dejas llevar por lo que dice la gente, poruqe no juzgas a los hombres por su apariencia. Danos, pues, tu opinión: ¿estamos nosotros obligados a pagar impuestos al césar, o no?”. Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo: “Hipócritas, ¿por qué me tendéis trampas? Enseñadme la moneda con que se paga el impuesto”. Le trajeron un denario, y Jesús le preguntó: “¿De quién es esta imagen y el nombre aquí escrito?”. Le contestaron: “Del césar”. Jesús les dijo entonces: “Pues dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios”.’ (Mt.22 , 15-21)
Todos conocemos perfectamente a los fariseos. A cambio de algunas buenas cualidades que nadie puede negarles, eran soberbios; eran altivos, se preciaban de buenos ciudadanos y de fieles observantes de la ley de Moisés. Su soberbia y arrogancia no les permitían que nadie se les pusiese delante, así es que, viendo el prestigio y la fama de que Cristo gozaba, trataron de desprestigiarle. Determinan tender las redes a Cristo, dirigiéndole una pregunta que no tenía solución “¿Es lícito o no, pagar el tributo al César?”.
Pero no es esto todo. Observad cómo se acercan a Cristo, y el lenguaje que usan. “Maestro, le dicen, sabemos que eres un hombre veraz, que no dices la mentira, sino que hablas siempre como piensas; dinos, pues, ¿es lícito o no, pagar el tributo al César?”.
Comienzan por dar a Cristo un título que es tan grato a su Corazón. ¡Maestro! Le dicen, y luego empiezan a adularle con mentidas frases.
He aquí una obra maestra de prudencia humana, de prudencia que se aconseja en la mentira, en la hipocresía y en la falsedad.
Pero veamos y estudiemos la obra de prudencia divina, que practica Cristo.
El maestro celestial conoce perfectamente los corazones de aquellos hombres, y contesta a su pregunta, dejándolos confundidos. “¡Hipócritas!, les dice, ¿por qué me aduláis de ese modo, si lo que estáis tratando es tenderme redes?¿Por qué me tentáis hipócritas?”. Y no se contenta con esto, sino que manda le presenten una moneda, en la cual se halla el busto del emperador, y mostrándosela les dice: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” –Del César,- respondieron ellos. “Pues bien, les dice Jesucristo, dad al César lo que al César pertenece, sin dejar de dar a Dios, lo que es de Dios”.
He aquí la prudencia divina, prudencia que no se aconseja de la mentira, sino que habla sin temor, diciendo siempre la verdad. ¡Qué distinta es la prudencia humana de la prudencia divina!
Lejos de nosotros, mis queridos hermanos, lejos de nosotros la prudencia humana; seamos como nos dice Cristo en el Evangelio, prudentes como serpientes, pero sencillos como la paloma; obremos siempre, mirando a Dios, y con el fin de agradarle, y de esta suerte, nos ganaremos el aprecio de Dios y el aprecio de los hombres; de esta suerte imitaremos a Cristo, y en nuestro corazón no habrá engaño, y Dios habitará en él, y nos comunicará sus dones y sus gracias, y nos enriqueceremos de sus virtudes como se enriquecieron los santos, porque obraremos siempre guiados por la prudencia divina.
(Pláticas III, pág. 637)
(Pláticas III, pág. 637)