Dijo Jesús a Nicodemo:

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo
para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él no será condenado;
el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de condenación:
que la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente detesta la luz,
y no se acerca a la luz,
para no verse acusado por sus obras.

En cambio el que realiza la verdad
se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están echas según Dios.

Hombre culto, intelectual, interesado por la verdad. Acude a Jesús de noche, cuando ya no hay luz...

 

Dios ama al mundo
hasta entregar a su Hijo por él.
Sólo una intención: ¡que nadie muera!,
¡sólo vivir!

¡No desahuciar a nadie!
¡sólo salvar!
El que se entera de esto, ¡se salva desde ya!
El que no se entera de esto, se angustia.

 

No hay más condenación que el absurdo de,
habiendo luz -¡y qué Luz!-
preferir la oscuridad, preferir no ver,
...¡para no ver!
Cuando no hacemos lo que hay que hacer
detestamos saber y huimos de la verdad.
Claro, lo que hacemos es lo que nos acusa, no Dios: Dios sólo salva.
Cuando hacemos lo que hay que hacer
nos apetece saber
y entendemos que el único criterio de verdad es Dios.

Pensar en esto. Reconocerme discípula clandestina, si viene al caso, y reconocerme buscadora de luz en Él, si viene al caso.

A la hora de hacer o dejar de hacer, ¿confronto mis decisiones con el Señor? ¿Cómo hago?, ¿por qué?